jueves, 21 de febrero de 2013

Base Naval de Guantánamo: Testimonio de un éxodo


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Andrés, estaba sancionado a 3 años por  el delito de “desacato” y se encontraba disfrutando de una libertad condicional.  Otro, que se encontraba como recluta del SMO , Daniel,  también  formaba parte del grupo.
Yo, había sido sancionado a 18 meses de cárcel  por salida ilegal en el año 1989  y  en el año 1993 era buscado por la policía  del Central Chaparra, por propaganda enemiga. Había puesto un letrero, en el sector de la PNR del barrio Erlan Raya, del mismo central, que decía “Abajo Fidel.” Esto revolucionó al pequeño poblado, quienes eran la primera vez que veían o escuchaban algo semejante  en  estos 35 años de comunismo. La policía desplegó un amplio operativo, movilizó todo un aparato de búsqueda hacia el Sector de la PNR, utilizando perros y tomando fotos del cartel. Se produjeron varios arrestos. Dos días después, se rumoraba que estaban buscando al  “habanero”, por lo que decidí irme para Holguín, en casa de la familia de mi esposa. Días después partí para la Habana.
En la capital, aunque oficialmente no era miembro, si estaba vinculado, desde los días de presidio, a la “Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación  Nacional”, dirigida por el Sr. Elizardo Sánchez Santacruz.  Estando preso en la cárcel de Agüica, Elizardo y yo coincidimos en  la enfermería del centro penitenciario y entablamos amistad  y colaboración. Me encargué de repartir, dentro de la prisión, algunos folletos de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, que el Sr. Elizardo me entregó.
También había puesto letreros contestatarios en las calles de: Patria, Revillagigedo, Cienfuegos  y Corrales, en la Habana Vieja, donde vivía.
A partir del “Maleconazo”, el 5 de agosto de 1994, la  represión se había intensificado y temía ser apresado de un momento a otro, por lo que esta situación influyó en mi decisión de irme con el grupo.
Sin embargo, y, a  pesar de las presiones que conspiraban en contra nuestra, no cabe dudas que la decisión de irnos por Gibara, fue una idea  descabellada y  en extremo peligrosa.
Pude ver, con cierta nostalgia, como la balsa, que nos había transportado en esta aventura, se alejaba del buque sola, a la deriva y bamboleada por las olas y el viento. Y a pesar de esto mantenía la majestuosidad del primer día. ¡Y yo que pensé no resistiría los embates del  bravío océano!.
Después de saludar a la tripulación, en su mayoría dominicanos, subí a la cabina del buque, para hablar con el Capitán, el cual me habían dicho que era cubano.
Al llegar a la cabina, vi a tres hombres inmersos en su trabajo. El más joven, que era de color negro, manipulaba el timón de la nave, el segundo observaba con unos catalejos las infinitas aguas y el tercero, algo mayor que los dos restantes, se encontraba sentado frente a una mesa con pizarra electrónica. Los tres vestían sencillamente: tenis, short y pulóvers.
-Buenas tardes- salude y acto seguido pregunte- ¿Cual de ustedes es el Capitán?- Yo- me contesto el de la pizarra- Me dirigí hacia él dándole un  fuerte abrazo. Este era blanco, de pelo canoso y unos 45 años de edad, ojos pequeños y vivaces, de estatura mediana, complexión física fuerte y de trato afable.
-¡Ustedes están locos pal carajo, no saben lo que están haciendo!- nos dijo-¿Dónde creen que iban a llegar  ustedes con la mierda esa?- refiriéndose a la balsa-
- Capitán, las cosas están muy malas en Cuba, la desesperación es tremenda-repuse-


(Continuará)

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