lunes, 18 de febrero de 2013

Base Naval de Guantánamo: Testimonio de un éxodo


(22)


Nos resultaba difícil creer que no hubieran vista el destello y la iluminación tan amplias que había producido esta bengala. Sí, nos habían visto, de seguro nos vieron-pensé con profundo optimismo-.
Pasado unos 20 o 25 minutos, la nave se alejaba; poco a poco, sus luces se fueron apagando, hasta perderse en la oscura noche. De la misma forma se fueron apagando nuestras esperanzas de salvación. Se nos escapaba, quizás, la única posibilidad  de escapar con vida de aquella odisea. El pesimismo y la desesperación volvieron a reinar en la pequeña nave.
Hoy, después de unos meses de este suceso, pienso que no quisieron detener la nave, es imposible que no hayan visto la señal de auxilio que se le envió. La verdad nunca se sabrá, pero en mi mente siempre existirá la duda, y en la del capitán de este buque el remordimiento de haber abandonado a unos náufragos. Estas naves, vienen equipadas con tecnología capaces de detectar un palo en el agua a cierta distancia de los mismos.
El mar se mantenía furioso, daba la impresión que se avecinaba una tormenta, pues a lo lejos se divisaban destellos de  relámpagos y  se escuchaban truenos.
El alba me sorprendió con el timón y la brújula en las manos. Era el 31 de agosto de l994.
Andrés, le dio la vela a Odelito, puso una tabla entre las barandas de hierro y se acostó a dormir. Llevábamos tres días sin pegar los ojos. Yo hubiera deseado hacer lo mismo, pero no podía. La tensión de todo lo vivido y lo que nos faltaba, no me dejaban descansar como lo hubiera deseado. Pascual y Pipo, estaban en las mismas condiciones que yo, el resto, como jóvenes al fin, dormían plácidamente.
Una gran ola empapó a Andrés, lo que interrumpió su plácido sueño. Paquito dormía en cuclillas, con una tohalla en la cabeza y ni el vaivén de las olas ni el agua, que empapaba la balsa, lograban interrumpir su profundo sueño., el resto de la tripulación estaba apiñada uno contra otro y nada parecía importarle...
El mar continuaba colérico. Me daba la impresión  que naufragaríamos, pero no, el pequeño artefacto se movía como pez  en el agua.
Físicamente estábamos agotados y hambrientos, pero no teníamos síntomas de  deshidratación o debilidad extrema, sólo Paquito y Alexander, habían presentado problemas  de mareo. Paquito, hizo por vomitar dos o tres veces, Alexander cuando se sentía mal se ponía a remar, esto, según el, le quitaba el malestar.
Sobre las 8 de la mañana, se repartió el agua y el puñado de azúcar, éstas cada vez eran más escasas.
-¿Para cuantos días  nos queda agua y azúcar, Giralda?- pregunté a una de las dos únicas mujeres que venían en este  viaje suicida-Ya no queda mucho, tal vez nos alcance hasta mañana-contestó la valiente mujer.
Sobre las 8:30 de la mañana, continuamos remando, pero muy lentamente. Esta vez el equipo de navegación iba orientado a los 35 grados del estenordeste, tratando de evitar que la corriente nos arrastrara hacia las costas de Cuba. Sobre las 9 y 30  de la mañana, avistamos otro navío, que al parecer llevaba el mismo rumbo nuestro. Apuramos el paso, tratando de interceptarlo. La alegria volvió a apoderarse del grupo. Comenzamos a agitar tohallas, camisas y todo lo que creíamos pudiera llamar su atención. Los tres días que 


(Continuará)    

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