martes, 19 de marzo de 2013

De cuando ser revolucionario fue más importante que ser honesto

| Por Orlando Freire Santana
LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Mediante el empleo de un lenguaje crítico poco usual en la prensa oficialista cubana, el periodista José Alejandro Rodríguez la emprende contra la pérdida de valores que se manifiesta en la cotidianidad de la isla. En un artículo titulado Desparpajo, y aparecido en el periódico Juventud Rebelde (edición del domingo 3 de marzo), Rodríguez llega a expresar que la displicencia, la gozadera y el irrespeto que se observan por doquier constituyen el VIH de la vía pública, para el cual, al parecer, se han extraviado los antídotos.
El señor Rodríguez señala también la irrupción de un afán igualitario que ha arrasado con las jerarquías y las necesarias distancias que deben existir para el buen funcionamiento de la sociedad. Por ejemplo, la jerarquía entre jefe y subordinado, las jerarquías en el seno de la familia, o la sana distancia que ha de haber entre maestros y alumnos. Todo en medio de una vulgarización de los calificativos, pues el usted, el señor, la señora y hasta el compañero, han dado paso al papi, la mami, el tío y el puro.
Sin embargo, el articulista se queda corto en lo concerniente a las causas que han ocasionado tal estado de cosas. Él se formula dos preguntas fundamentales, a las cuales no brinda respuestas: ¿qué falló en la familia, la escuela, la calle, o en la sociedad?, y ¿cuánto puede estar incidiendo aún la brusca inversión de la pirámide social desde aquellos súbitos años 90?  Sería conveniente aclararle al señor Rodríguez que la génesis del problema hay que buscarla mucho antes de los años 90, aunque justo es consignar que la debacle del Período Especial contribuyó a agudizar la situación. Y también que no vale la pena seguir ubicando las raíces del mal en la familia, la escuela o la calle, aun cuando ellas no estarían exoneradas totalmente.
Fueron los propios gobernantes cubanos, desde el comienzo de los años 60, cuando se aprestaban a ejercer un control totalitario sobre la sociedad, los que se dieron a la tarea de trastocar la escala de valores que habían acompañado la existencia de nuestra nación. En ese momento, declararse revolucionario -es decir, simpatizante de Fidel Castro- comenzó a ser más importante que mostrar honestidad, decencia o cortesía. Solo si se cumplía la primera premisa, se abrían las puertas de los mejores centros educacionales o los más cotizados empleos. Y ni qué decir del acceso a cargos y responsabilidades, viajes al exterior o el disfrute de otros beneficios sociales.
¿Qué cubano no ha oído hablar de los funcionarios que “se caen para arriba”, o “flotan como el corcho”?  Esos son los hijos legítimos de la entronización del valor emergente “ser revolucionario”. Ellos roban o malversan dirigiendo en algún sitio, y después, “como castigo”, podrían ser trasladados a otro establecimiento, pero también como directores o administradores. A pesar de todas las imperfecciones que exhiban en su moralidad, si continúan dando vivas a la revolución y al Comandante en Jefe, conservan la confiabilidad política que necesita y premia el castrismo.
El señor José Alejandro Rodríguez aprecia el actual desparpajo como una variante postmoderna del choteo cubano que tan certeramente señalara Jorge Mañach. Solo que, contrario a la tendencia imaginada por el ilustre ensayista, para quien el choteo iría amainando con el fortalecimiento de las instituciones republicanas, el relajo de nuestros días no hará más que aumentar mientras persistan las condiciones político-ideológicas que le dieron origen.



Posted by: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"

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