sábado, 16 de febrero de 2013

Base Naval de Guantánamo: Testimonio de un éxodo



                                                                (20)


 requería  ciertas habilidades, pues de lo contrario no se avanzaba y corríamos el riesgo de naufragar en cualquier momento. Hubo un instante en que  Odelito,  le entregó a otro de los tripulantes, el mando de la vela y ésta comenzó a dar bandazos de un lado para otro, golpeando al propio Odelito. Por suerte el golpe fue leve y  por la altura en que se encontraba no hubo mayores consecuencias, ni otros heridos.
La balsa, en medio de aquel  infinito y embravecido mar, se balanceaba como una hoja de papel en  un turbulento remolino. Constantemente, Andrés corregía el rumbo del recorrido, pues las olas y  el viento nos lo hacían perder... Las olas alcanzaban unos  8 pies de altura. Nos remontaba en su cresta y debajo nuestro quedaba una profundidad que a mi me pareció infinita.
La balsa que venía detrás de nosotros se encontraba a unos 20 metros de distancia. A Pascual, se le ocurrió amarrar ambas embarcaciones con una soga, para evitar perdernos durante la noche .Dejamos de remar, para que, la  que nos seguía pudiera acercarse más y  tirarle una soga. Se nos acercó tanto que tuvimos que separarla con las manos, para evitar un choque, pues de haber una colisión entre ambas balsas, los resultados hubieran sido catastróficos para ambos grupos. Sinceramente no creí salir ileso de esta situación. En las condiciones que se encontraba el mar no era posible controlar a ninguna de las dos embarcaciones. Decidimos alejarnos y  desistir de la idea de navegar juntos. Comenzamos a remar desesperadamente; éllos a su vez, dejaron de hacerlo, para posibilitar nuestro alejamiento. De haberse producido un choque entre ambos navíos las cámaras se hubieran  explotado y nos habríamos hundidos inexorablemente. Podemos decir que esa tarde “navegamos con suerte”.
En el transcurso de la travesía se produjeron varias discusiones, pues algunos se hacían los remolones a la hora de remar, aduciendo que estaban cansados, etc. Entre los que mas sobresalían estaban dos gibareños llamados: Daniel y “El Caco”. Habia que estarlo llamando constantemente para que se pusieran a remar. El relevo debía hacerse frecuentemente para evitar males peores. Fue inútil tratar de hacerles ver la necesidad que había de seguir remando, debíamos llegar al corredor antes de que anocheciera. Continuaron tirados en el piso, como si con ellos no se estuviera hablando. Los pocos que quedábamos con disposición  de remar no teníamos fuerzas para hacerlo, no obstante continuamos aferrados a los remos, que era como aferrarnos a la vida. Nuestra meta inmediata era llegar al corredor de la “vida”, que para mí,  en esos momentos, era el corredor de la muerte. En realidad nunca supimos cuando llegamos al corredor, pues en el mar no existen puntos de referencia y no podíamos orientarnos. Ese día no volvimos a ver más barcos.
Ya había  anochecido y sobre las 8 de la noche acordamos no seguir remando. Dejaríamos la vela y al de la brújula de guardia, para continuar avanzando y  poder descansar algo. El mismo que guiaba la brújula debía guiar el timón, estaba pautado que cada media hora se llamara al relevo. Esta tarea la hacíamos: Pipo, Andrés, Pascual y yo. El resto de la tripulación venía descansando o durmiendo, a  pesar que el agua inundaba la pequeña nave.


(Continuará)

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