viernes, 15 de febrero de 2013

Base Naval de Guantánamo: Testimonio de un éxodo


(19)


La presencia de esta criatura nos produjo el mismo miedo que le  hubiera causado a unos náufragos, nos sentíamos indefensos ante la bestia marina.
Los que nos encontrábamos despiertos no hicimos ruidos ni comentarios, para que no cundiera el pánico entre el resto de la tripulación. En esa noche lúgubre, pude darme cuenta que, para emprender un viaje como este había que estar preparado física y psicológicamente.
Amaneció, era la mañana de lunes 30 de agosto de 1994. Todos íbamos mojados, y la frialdad  de la noche transcurrida  hacía temblar de frío a muchos compañeros, incluyéndome a mí.
Odelito, junto a otro amigo, se dedicó a reparar la vela y el remo; Andrés,  me entregó la brújula  y  hacía lo mismo con el  timón y la “horsa”. Por suerte todo quedó arreglado en poco tiempo. Sólo quedaba la cámara baja de aire, la cual no quise ni tocar para no preocuparme.
Ahora la balsa se movía más rápida, pues eran cuatro los remos. Continuamos  nuestro recorrido, orientados siempre hacia el norte y a 30 grados de latitud.
La vela se soltó, pues comenzó a soplar un viento que venía del suroeste.
Dada la escasez del agua y el azúcar, nos vimos en la necesidad de racionarlas a un puñado de azúcar por persona y ½ vaso de agua. Desde este momento quedaba eliminada el agua con azúcar.
Curiosamente no tenía ni sed, ni apetito. Al parecer, la tensión de la travesía, las preocupaciones y la zoozobra vividas contribuía a esta condición, Por otra parte, la tripulación sólo la bebían cuando realmente la necesitaban.
Este día avistamos varios buques, pero se encontraban muy lejos de nosotros, veiamos un puntito en el lejano horizonte. Al parecer este era una ruta marítima, pues pasaban con mucha frecuencia.
-Andrés, vamos a apurarnos, para ver si podemos llegar al corredor antes de que anochezca- le dije.
-No vayas a creer que es fácil llegar hasta  allá, está bastante lejos de nosotros- me dijo.
-Si hacemos el intento, lo logramos- le repuse. Realmente no se le podía pedir más al personal, ya que estábamos muy agotados y las manos inflamadas de las ampollas y el salitre, además la falta de alimentos cada vez se hacía sentir con mayor severidad.
En un último intento por lograr el sentido del deber y la obligación del sacrificio ante el inminente peligro que  corrían nuestras vidas, les dije a los que remaban en esos momentos:
-¡Arriba muchachos, que la libertad está frente a nosotros y nos está llamado!- Todo fue inútil. Mi arenga no tuvo respuesta. El agotamiento, el hambre y el cansancio pudieron más que el instinto de conservación.
Detrás, no muy lejos, venia la otra balsa.
Sobre las 2pm, el mar comenzó a encresparse. Las olas se hicieron más grandes y fuertes. El viento comenzó a soplar con fuerza de 35 a 40 kmts. por hora. El encargado de maniobrar  la vela (Odelito) se las ingenió para no naufragar. Esta era una actividad que

(Continuará) 

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