jueves, 14 de febrero de 2013

Base Naval de Guantánamo: Testimonio de un éxodo


(18)

Las dos mujeres se ocupaban de preparar y distribuir el agua con azúcar, era el único alimento que nos quedaba. Sobre la 1pm, se repartió un vaso de agua con azúcar, esto constituia nuestro desayuno y almuerzo. Las golosinas se  agotaron.
El sol se encontraba encima de nosotros y sus fuertes rayos  hacían más dificultosa nuestra travesía. Teniamos las manos desbaratadas de los remos, las ampollas de las manos se reventaban y el agua salada las hacia más dolorosas.
Íbamos agotados y sudorosos, a pesar de que el agua entraba por un lado y salía por el otro, mojando a los muchachos que se encontraban sentados en el piso.
Me quité la camisa y me la puse en la cabeza. Me remangué los pantalones más arriba de las rodillas, a medio muslo. Esto me trajo quemaduras de tercer grado en la pierna izquierda.
Ese día, en nuestro recorrido, avistamos unos 6 buques más, pero pasaban muy lejos de nosotros, por lo que ninguno nos vió, al menos eso pensamos. De más está decir la alegría y el alboroto que formábamos cuando veiamos uno de estos navíos. Nos pasaban por los cuatro puntos cardinales y ninguno se percató de nuestra presencia, a pesar que le hacíamos señas. Cada vez que avistábamos uno de estas naves, se decían cosas fantasiosas: que venían rumbo a nosotros, que si nos iba a pasar por encima, que se había detenido para esperarnos, etc. Así, infinidades de versiones salvadoras, que no eran más que fruto de nuestra imaginación y desespero. El mar inquieto y cambiante, imponente y misterioso ha dominado la imaginación del hombre a través de los tiempos.
Seguimos avanzando lentamente, pero firmes. La violencia peculiar del océano todavía no había llegado, por lo que las olas venían suaves, sin gruñir.
Sobre las 6 y media de la tarde nos dieron nuestra correspondiente ración de agua con azúcar.
La noche nos sorprendió sin darnos cuenta. No había luna y no teníamos siquiera una fosforera para prender un mechón. A los que fumaban se les había mojado los fósforos, por lo que  pasamos toda la noche a oscura, tan oscura que no nos veiamos uno a otro.
Sentí un fuerte y largo chasquido por la popa de la balsa y acto seguido una brillante estela fosforescente,  que se dejó ver como una llama azul en las negras aguas, las cuales eran cortadas como afilado cuchillo.
-Pedro, yo creo que es un tiburón- Me dijo Andrés, el cual se encontraba sentado en esa misma parte de la balsa. El resto de los compañeros venían durmiendo en el piso de la balsa y no se dieron cuanta de lo sucedido.
Súbitamente hubo otro fuerte chasquido y  otro largo centelleo de luz  azulosa, esta vez por uno de los laterales de la precaria embarcación. Pude ver una enorme aleta avanzar velozmente,  como una sombra,  sobre la superficie de las oscuras aguas, lanzando espuma por la superficie cristalina y dejando un rastro largo y luminoso.
-¡Andrés, lo vi, es un tiburón enorme!- grité.
-¡Hace falta petróleo para alejarlo de nosotros!- dijo Pipo, el otro remero que hacía de pareja conmigo. A tientas, Andrés localizó el petróleo y comenzó a verterlo en el mar. Pero ni así, el cetáceo se marchaba de las cercanías de la pequeña embarcación.
Al frente, en la proa, por un lado o por el otro a intervalos largos o cortos avanzaba el rayo largo y luminoso, como un certero proyectil que deja escuchar su sonido de muerte.


(Continuará)

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