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llevábamos
remando, nos había dado cierta habilidad con los remos y a pesar del cansancio
y agotamiento físico apuramos la marcha, tratando de interceptar aquel gigante
del mar.
En la medida en
que avanzábamos, el barco se nos aproximaba más y más. Daba la impresión que
nos pasaría por encima. Esto solo era una apreciación óptica, pues sobre las 10
y 30 de la mañana el buque se encontraba frente a nosotros, pero a dos o tres kmts. de distancia...
Todos hacíamos
señales con tohallas, camisas y espejo, además de pedir auxilio.
Se veían,
claramente, a los tripulantes del coloso
gigante, parados en la cubierta del mismo.
Pedimos a las
mujeres que se levantaran, para que se percataran que venían mujeres a bordo.
Era la primera vez que veiamos uno de estos navíos tan cerca de nosotros.
Pudimos observar
como dejaban caer una escalerilla, hecha de soga. ¡Estábamos salvados!
Nos abrazamos,
reíamos, llorábamos, la alegría era inmensa, fue un júbilo total.
Hubo que llamar a
la cordura, pues el desbalance que ocasionaba movernos de un lugar
a otro podía
hacernos zozobrar.
La balsa que venía
detrás, no se divisaba. El mar continuaba embravecido y sus olas no nos
permitían ver a distancia.
El barco detuvo
sus máquinas y se aprestaba a rescatarnos.
Andrés y Odelito
arriaron la vela y los que venían
remando dejaron de hacerlo. La corriente nos arrastraba hacia el gigante de los
mares.
Poco a poco
fuimos maniobrando con los remos para aparearnos por la proa de la embarcación
y poder coger la escalerilla, la cual colgaba por esa parte. Esta operación de
acercamiento era extremadamente difícil y riesgosa, debido al fuerte oleaje.
Los del barco nos
lanzan una soga, la cual logramos agarrar y acercarnos a la escalerilla.
Terminaba una de
las fases más peligrosa de nuestro
recorrido. No todos los que se lanzaron en una aventura similar, lograron
llegar o sobrevivir, no todos tuvieron la misma suerte nuestra.
Continuará
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