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Nos resultaba
difícil creer que no hubieran vista el destello y la iluminación tan amplias
que había producido esta bengala. Sí, nos habían visto, de seguro nos
vieron-pensé con profundo optimismo-.
Pasado unos 20 o
25 minutos, la nave se alejaba; poco a poco, sus luces se fueron apagando,
hasta perderse en la oscura noche. De la misma forma se fueron apagando
nuestras esperanzas de salvación. Se nos escapaba, quizás, la única
posibilidad de escapar con vida de
aquella odisea. El pesimismo y la desesperación volvieron a reinar en la
pequeña nave.
Hoy, después de
unos meses de este suceso, pienso que no quisieron detener la nave, es
imposible que no hayan visto la señal de auxilio que se le envió. La verdad
nunca se sabrá, pero en mi mente siempre existirá la duda, y en la del capitán
de este buque el remordimiento de haber abandonado a unos náufragos. Estas
naves, vienen equipadas con tecnología capaces de detectar un palo en el agua a
cierta distancia de los mismos.
El mar se
mantenía furioso, daba la impresión que se avecinaba una tormenta, pues a lo
lejos se divisaban destellos de
relámpagos y se escuchaban
truenos.
El alba me
sorprendió con el timón y la brújula en las manos. Era el 31 de agosto de l994.
Andrés, le dio la
vela a Odelito, puso una tabla entre las barandas de hierro y se acostó a
dormir. Llevábamos tres días sin pegar los ojos. Yo hubiera deseado hacer lo
mismo, pero no podía. La tensión de todo lo vivido y lo que nos faltaba, no me
dejaban descansar como lo hubiera deseado. Pascual y Pipo, estaban en las
mismas condiciones que yo, el resto, como jóvenes al fin, dormían plácidamente.
Una gran ola
empapó a Andrés, lo que interrumpió su plácido sueño. Paquito dormía en
cuclillas, con una tohalla en la cabeza y ni el vaivén de las olas ni el agua,
que empapaba la balsa, lograban interrumpir su profundo sueño., el resto de la
tripulación estaba apiñada uno contra otro y nada parecía importarle...
El mar continuaba
colérico. Me daba la impresión que
naufragaríamos, pero no, el pequeño artefacto se movía como pez en el agua.
Físicamente estábamos agotados y hambrientos, pero no teníamos síntomas
de deshidratación o debilidad extrema,
sólo Paquito y Alexander, habían presentado problemas de mareo. Paquito, hizo por vomitar dos o
tres veces, Alexander cuando se sentía mal se ponía a remar, esto, según el, le
quitaba el malestar.
Sobre las 8 de la
mañana, se repartió el agua y el puñado de azúcar, éstas cada vez eran más
escasas.
-¿Para cuantos
días nos queda agua y azúcar, Giralda?-
pregunté a una de las dos únicas mujeres que venían en este viaje suicida-Ya no queda mucho, tal vez nos
alcance hasta mañana-contestó la valiente mujer.
Sobre las 8:30 de
la mañana, continuamos remando, pero muy lentamente. Esta vez el equipo de
navegación iba orientado a los 35 grados del estenordeste, tratando de evitar
que la corriente nos arrastrara hacia las costas de Cuba. Sobre las 9 y 30 de la mañana, avistamos otro navío, que al
parecer llevaba el mismo rumbo nuestro. Apuramos el paso, tratando de interceptarlo.
La alegria volvió a apoderarse del grupo. Comenzamos a agitar toallas, camisas
y todo lo que creíamos pudiera llamar su atención. Los tres días que
Nos resultaba
difícil creer que no hubieran vista el destello y la iluminación tan amplias
que había producido esta bengala. Sí, nos habían visto, de seguro nos
vieron-pensé con profundo optimismo-.
Pasado unos 20 o
25 minutos, la nave se alejaba; poco a poco, sus luces se fueron apagando,
hasta perderse en la oscura noche. De la misma forma se fueron apagando
nuestras esperanzas de salvación. Se nos escapaba, quizás, la única
posibilidad de escapar con vida de
aquella odisea. El pesimismo y la desesperación volvieron a reinar en la
pequeña nave.
Hoy, después de
unos meses de este suceso, pienso que no quisieron detener la nave, es
imposible que no hayan visto la señal de auxilio que se le envió. La verdad
nunca se sabrá, pero en mi mente siempre existirá la duda, y en la del capitán
de este buque el remordimiento de haber abandonado a unos náufragos. Estas
naves, vienen equipadas con tecnología capaces de detectar un palo en el agua a
cierta distancia de los mismos.
El mar se mantenía
furioso, daba la impresión que se avecinaba una tormenta, pues a lo lejos se
divisaban destellos de relámpagos y se escuchaban truenos.
El alba me
sorprendió con el timón y la brújula en las manos. Era el 31 de agosto de l994.
Andrés, le dio la
vela a Odelito, puso una tabla entre las barandas de hierro y se acostó a
dormir. Llevábamos tres días sin pegar los ojos. Yo hubiera deseado hacer lo
mismo, pero no podía. La tensión de todo lo vivido y lo que nos faltaba, no me
dejaban descansar como lo hubiera deseado. Pascual y Pipo, estaban en las
mismas condiciones que yo, el resto, como jóvenes al fin, dormían plácidamente.
Una gran ola
empapó a Andrés, lo que interrumpió su plácido sueño. Paquito dormía en
cuclillas, con una tohalla en la cabeza y ni el vaivén de las olas ni el agua,
que empapaba la balsa, lograban interrumpir su profundo sueño., el resto de la
tripulación estaba apiñada uno contra otro y nada parecía importarle...
El mar continuaba
colérico. Me daba la impresión que
naufragaríamos, pero no, el pequeño artefacto se movía como pez en el agua.
Físicamente estábamos agotados y hambrientos, pero no teníamos síntomas de deshidratación o debilidad extrema, sólo
Paquito y Alexander, habían presentado problemas de mareo. Paquito, hizo por vomitar dos o
tres veces, Alexander cuando se sentía mal se ponía a remar, esto, según el, le
quitaba el malestar.
Sobre las 8 de la
mañana, se repartió el agua y el puñado de azúcar, éstas cada vez eran más
escasas.
-¿Para cuantos
días nos queda agua y azúcar, Giralda?-
pregunté a una de las dos únicas mujeres que venían en este viaje suicida-Ya no queda mucho, tal vez nos
alcance hasta mañana-contestó la valiente mujer.
Sobre las 8:30 de
la mañana, continuamos remando, pero muy lentamente. Esta vez el equipo de
navegación iba orientado a los 35 grados del estenordeste, tratando de evitar
que la corriente nos arrastrara hacia las costas de Cuba. Sobre las 9 y 30 de la mañana, avistamos otro navío, que al
parecer llevaba el mismo rumbo nuestro. Apuramos el paso, tratando de interceptarlo.
La alegria volvió a apoderarse del grupo. Comenzamos a agitar tohallas, camisas
y todo lo que creíamos pudiera llamar su atención. Los tres días que
Continuará
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