miércoles, 27 de febrero de 2013

Base Naval de Guantanamo: Testimonio de un exodo



(30)
 
                                                          CAPITULO III

                                        EL GUARDACOSTAS AMERICANO

Cuando subí al Buque americano, me entregaron una frazada, almohada y se me puso una manilla plástica en la mano derecha. Esta tenía un número. A mi  me tocó el 68.  Para desayunar,  almorzar y comer debíamos enseñar este número, el cual iban anotando en una lista. A todos les hacían  lo mismo.
Nos trasladaron hacia la Popa de la embarcación. En esta parte del navío venían unos 100 balseros más, los cuales habían sido recogidos  en días anteriores. Eran de Pto Padre, Camagüey, Matanzas, y  la Habana... Después que fue recogido el último balsero, la lancha fue subida al Guardacostas y enfiló proa hacia   La Base Naval de Guantánamo. Emprendíamos un involuntario viaje de regreso a Cuba.
Todos estaban tirados en el piso. Me acomodé como pude y me acosté entre ellos.
Amaneció, era el día 1ro de septiembre de 1994. Un soldado, o mejor dicho un marino, cuidaba nuestro sueño y evitaba que pudiéramos salir del área a la que habíamos sido asignados. Era la primera vez que veía a un marino estadounidense y muy por el contrario de lo que se dice en Cuba, me pareció una persona educada y amable y muy atenta a nuestras necesidades. Vestía un overol azul, kepi y botas altas, no portaba armas y traía un boqui-toqui.
Con nosotros se comunicaba un oficial de origen cubano de apellido Pérez.  Tendría unos 39 años de edad, de mediana estatura, algo pasado de peso llevaba gafas oscuras.  Vestía pantalón azul, camisa beige, kepi y en el bolsillo izquierdo de su camisa traía una medalla y placas condecorativas  ganadas en la guerra del Golfo. Había salido de Cuba, cuando tenía 5 años de edad. Ahora parecía un auténtico americano.
Se improvisó un servicio sanitario con frazadas y como letrina se utilizaba un cubo. Esta parte del Guardacostas estaba resguardado por una lona que servía de techo y nos protegía del sol, la lluvia  y el sereno.
En la Proa  de la embarcación, venían unos 100 haitianos, con el mismo destino nuestro: “Base Naval de Guantánamo”
Por estos días se había desatado un fuerte éxodo de ciudadanos haitianos hacia los Estados Unidos  y eran, al igual que los cubanos, interceptados en  el mar y llevados para la Base. No los veíamos, pero escuchábamos sus voces.
Sobre las 8:30am, se nos trajo el desayuno. Era una especie de harina, pero no de maíz, sino de un cereal insípido, no era dulce, ni salado. ¡Sabia a rayos! ¡Cómo, en esos momentos, añoré la harina de maíz que me hacía la viejita María, en los días que visitaba a Holguín!
Sobre la 1 de la tarde fuimos pasando uno a uno, en la misma área, para recoger el almuerzo. Nos sirvieron los mismos marinos en un plato plástico, cucharita plástica y un vaso  de cartón, para tomar agua.
Almorzamos: Arroz blanco  y potaje de frijoles negros. Estos daban la impresión de ser enlatados, por el sabor extraño y lo espeso del condumio. Al mezclar el potaje con el arroz parecía un congris y no un arroz con potaje como el que estaba acostumbrado a comer. El agua la tomábamos de un termo que pusieron a nuestra disposición.

Continuará

No hay comentarios:

Publicar un comentario