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CAPITULO III
EL GUARDACOSTAS AMERICANO
Cuando subí al Buque
americano, me entregaron una frazada, almohada y se me puso una manilla
plástica en la mano derecha. Esta tenía un número. A mi me tocó el 68.
Para desayunar, almorzar y comer debíamos enseñar este número, el cual
iban anotando en una lista. A todos les hacían lo mismo.
Nos
trasladaron hacia la Popa de la embarcación. En esta parte del navío
venían unos 100 balseros más, los cuales habían sido recogidos en días
anteriores. Eran de Pto Padre, Camagüey, Matanzas, y la Habana...
Después que fue recogido el último balsero, la lancha fue subida al
Guardacostas y enfiló proa hacia La Base Naval de Guantánamo.
Emprendíamos un involuntario viaje de regreso a Cuba.
Todos estaban tirados en el piso. Me acomodé como pude y me acosté entre ellos.
Amaneció,
era el día 1ro de septiembre de 1994. Un soldado, o mejor dicho un
marino, cuidaba nuestro sueño y evitaba que pudiéramos salir del área a
la que habíamos sido asignados. Era la primera vez que veía a un marino
estadounidense y muy por el contrario de lo que se dice en Cuba, me
pareció una persona educada y amable y muy atenta a nuestras
necesidades. Vestía un overol azul, kepi y botas altas, no portaba armas
y traía un boqui-toqui.
Con
nosotros se comunicaba un oficial de origen cubano de apellido Pérez.
Tendría unos 39 años de edad, de mediana estatura, algo pasado de peso
llevaba gafas oscuras. Vestía pantalón azul, camisa beige, kepi y en el
bolsillo izquierdo de su camisa traía una medalla y placas
condecorativas ganadas en la guerra del Golfo. Había salido de Cuba,
cuando tenía 5 años de edad. Ahora parecía un auténtico americano.
Se
improvisó un servicio sanitario con frazadas y como letrina se
utilizaba un cubo. Esta parte del Guardacostas estaba resguardado por
una lona que servía de techo y nos protegía del sol, la lluvia y el
sereno.
En la Proa de la embarcación, venían unos 100 haitianos, con el mismo destino nuestro: “Base Naval de Guantánamo”
Por
estos días se había desatado un fuerte éxodo de ciudadanos haitianos
hacia los Estados Unidos y eran, al igual que los cubanos,
interceptados en el mar y llevados para la Base. No los veíamos, pero
escuchábamos sus voces.
Sobre
las 8:30am, se nos trajo el desayuno. Era una especie de harina, pero
no de maíz, sino de un cereal insípido, no era dulce, ni salado. ¡Sabia a
rayos! ¡Cómo, en esos momentos, añoré la harina de maíz que me hacía la
viejita María, en los días que visitaba a Holguín!
Sobre
la 1 de la tarde fuimos pasando uno a uno, en la misma área, para
recoger el almuerzo. Nos sirvieron los mismos marinos en un plato
plástico, cucharita plástica y un vaso de cartón, para tomar agua.
Almorzamos:
Arroz blanco y potaje de frijoles negros. Estos daban la impresión de
ser enlatados, por el sabor extraño y lo espeso del condumio. Al mezclar
el potaje con el arroz parecía un congris y no un arroz con potaje como
el que estaba acostumbrado a comer. El agua la tomábamos de un termo
que pusieron a nuestra disposición.
Continuará
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