lunes, 25 de febrero de 2013

Base Naval de Guantánamo: Testimonio de un éxodo




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Se nos acercó el Capitán, junto a su segundo y  jocosamente le recordé que le debía una fortuna a su subalterno, debido a la apuesta.
-¡Si la apuesta llega a ser en serio me hubiese ido desnudo para mi casa!-
Nos habló de cómo era la vida en USA, de los trabajos que pasó para salir de Cuba, la situación que confrontó con un barco que se le incendió y le pedían 20 años de prisión por ese motivo.
También nos dijo que lo mas mal que hacían algunos cubanos que llegaban a Estados Unidos, era meterse en problemas de drogas, que aquí se gana lo suficiente para vivir una vida decente y decorosa. Que este era un país de oportunidades. Nos orientó y nos aconsejó como debíamos comportarnos, una vez que llegáramos  a Norteamérica. Nos dio su teléfono y dirección para cuando llegáramos lo llamáramos. Enrique, es una persona admirable, fluida y elocuente en el hablar. Todo un cubanazo.
Antes de irme a dormir, le entregué una nota  y el teléfono de  Chano, tío de mi esposa, el cual vive en USA.  En ella decía: “Chano, llama a Marina y dile que Sandra, Tony, Alexander y Pedro están bien y que estamos  en la Base Naval de Guantánamo”. Gracias. Pedro.
Le hice la observación a Enrique, que debía llamar a Chano inmediatamente, para que nuestros familiares en Cuba, supieran que estábamos vivos y tranquilizarlos. El, por su parte, me aseguró que lo haría en cuanto llegara.
Enrique, me había dicho que el Guarda Costa  Americano, nos recogería sobre las 5 am, por lo que me fui a dormir a la 1am. Algunos compatriotas continuaron departiendo con la tripulación. Las mujeres durmieron en camarotes, yo lo hice en la cubierta del “Carib Trade” Acomodé unos cartones y me acosté encima de ellos. La noche estaba fresca y oscura. Me quedé dormido pensando en mis seres queridos.
A las 5 de la mañana me despertaron. Era el jueves primero de septiembre de 1994.
El guarda costa americano se encontraba a unos  400 o 500 mts. del “Carib Trade”. Las luces del guarda costas me permitió ver como bajaban una lancha rápida de salvamento, la cual vendría en nuestra búsqueda. La lancha traía encendido un potente reflector que lo alumbraba todo. El mar continuaba furioso y la lancha era bamboleada por las fuertes olas.
A los lejos se veían unas luces, o mejor dicho un gran resplandor, como el de una gran ciudad. Luego supimos que era Miami
Antes de marcharme, subí a la cabina para despedirme de Enrique, su segundo y el timonel. Me deseó suerte y éxito. Por mi parte  patenticé mi eterno agradecimiento y que nunca olvidaría lo que habían hecho por nosotros. Le aseguré que desde el momento en que nos rescataron habían pasado a formar parte de nuestra historia y que el mundo entero admiraría su noble gesto. Nuestra despedida quedó sellada por un fuerte abrazo. Bajé a cubierta. Ya el primer balsero se encontraba sentado en la lancha de rescate. Esta se mantenía pegada al barco por medio de una  soga y a pesar del fuerte oleaje se mantenía firme.
A cada persona que descendía del “Carib Trade”, se le proveía de un salvavidas.


(Continuará)

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