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La presencia de
esta criatura nos produjo el mismo miedo que le
hubiera causado a unos náufragos, nos sentíamos indefensos ante la
bestia marina.
Los que nos
encontrábamos despiertos no hicimos ruidos ni comentarios, para que no cundiera
el pánico entre el resto de la tripulación. En esa noche lúgubre, pude darme
cuenta que, para emprender un viaje como este había que estar preparado física
y psicológicamente.
Amaneció, era la
mañana de lunes 30 de agosto de 1994. Todos íbamos mojados, y la frialdad de la noche transcurrida hacía temblar de frío a muchos compañeros,
incluyéndome a mí.
Odelito, junto a
otro amigo, se dedicó a reparar la vela y el remo; Andrés, me entregó la brújula y
hacía lo mismo con el timón y la
“horsa”. Por suerte todo quedó arreglado en poco tiempo. Sólo quedaba la cámara
baja de aire, la cual no quise ni tocar para no preocuparme.
Ahora la balsa se
movía más rápida, pues eran cuatro los remos. Continuamos nuestro recorrido, orientados siempre hacia
el norte y a 30 grados de latitud.
La vela se soltó,
pues comenzó a soplar un viento que venía del suroeste.
Dada la escasez
del agua y el azúcar, nos vimos en la necesidad de racionarlas a un puñado de
azúcar por persona y ½ vaso de agua. Desde este momento quedaba eliminada el
agua con azúcar.
Curiosamente no
tenía ni sed, ni apetito. Al parecer, la tensión de la travesía, las
preocupaciones y la zozobra vividas contribuía a esta condición, Por otra
parte, la tripulación sólo la bebían cuando realmente la necesitaban.
Este día avistamos
varios buques, pero se encontraban muy lejos de nosotros, veiamos un puntito en
el lejano horizonte. Al parecer este era una ruta marítima, pues pasaban con
mucha frecuencia.
-Andrés, vamos a apurarnos,
para ver si podemos llegar al corredor antes de que anochezca- le dije.
-No vayas a creer
que es fácil llegar hasta allá, está
bastante lejos de nosotros- me dijo.
-Si hacemos el
intento, lo logramos- le repuse. Realmente no se le podía pedir más al
personal, ya que estábamos muy agotados y las manos inflamadas de las ampollas
y el salitre, además la falta de alimentos cada vez se hacía sentir con mayor
severidad.
En un último
intento por lograr el sentido del deber y la obligación del sacrificio ante el
inminente peligro que corrían nuestras
vidas, les dije a los que remaban en esos momentos:
-¡Arriba
muchachos, que la libertad está frente a nosotros y nos está llamado!- Todo fue
inútil. Mi arenga no tuvo respuesta. El agotamiento, el hambre y el cansancio
pudieron más que el instinto de conservación.
Detrás, no muy
lejos, venia la otra balsa.
Sobre las 2pm, el
mar comenzó a encresparse. Las olas se hicieron más grandes y fuertes. El
viento comenzó a soplar con fuerza de 35 a 40 kmts. Por hora. El encargado de
maniobrar la vela (Odelito) se las ingenió
para no naufragar. Esta era una actividad que
Continuará
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