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Las dos mujeres
se ocupaban de preparar y distribuir el agua con azúcar, era el único alimento
que nos quedaba. Sobre la 1pm, se repartió un vaso de agua con azúcar, esto
constituia nuestro desayuno y almuerzo. Las golosinas se agotaron.
El sol se encontraba
encima de nosotros y sus fuertes rayos
hacían más dificultosa nuestra travesía. Teniamos las manos desbaratadas
de los remos, las ampollas de las manos se reventaban y el agua salada las
hacia más dolorosas.
Íbamos agotados y
sudorosos, a pesar de que el agua entraba por un lado y salía por el otro,
mojando a los muchachos que se encontraban sentados en el piso.
Me quité la
camisa y me la puse en la cabeza. Me remangué los pantalones más arriba de las
rodillas, a medio muslo. Esto me trajo quemaduras de tercer grado en la pierna
izquierda.
Ese día, en
nuestro recorrido, avistamos unos 6 buques más, pero pasaban muy lejos de
nosotros, por lo que ninguno nos vió, al menos eso pensamos. De más está decir
la alegría y el alboroto que formábamos cuando veiamos uno de estos navíos. Nos
pasaban por los cuatro puntos cardinales y ninguno se percató de nuestra
presencia, a pesar que le hacíamos señas. Cada vez que avistábamos uno de estas
naves, se decían cosas fantasiosas: que venían rumbo a nosotros, que si nos iba
a pasar por encima, que se había detenido para esperarnos, etc. Así,
infinidades de versiones salvadoras, que no eran más que fruto de nuestra
imaginación y desespero. El mar inquieto y cambiante, imponente y misterioso ha
dominado la imaginación del hombre a través de los tiempos.
Seguimos
avanzando lentamente, pero firmes. La violencia peculiar del océano todavía no había
llegado, por lo que las olas venían suaves, sin gruñir.
Sobre las 6 y
media de la tarde nos dieron nuestra correspondiente ración de agua con azúcar.
La noche nos
sorprendió sin darnos cuenta. No había luna y no teníamos siquiera una
fosforera para prender un mechón. A los que fumaban se les había mojado los fósforos,
por lo que pasamos toda la noche a
oscura, tan oscura que no nos veiamos uno a otro.
Sentí un fuerte y
largo chasquido por la popa de la balsa y acto seguido una brillante estela
fosforescente, que se dejó ver como una
llama azul en las negras aguas, las cuales eran cortadas como afilado cuchillo.
-Pedro, yo creo
que es un tiburón- Me dijo Andrés, el cual se encontraba sentado en esa misma
parte de la balsa. El resto de los compañeros venían durmiendo en el piso de la
balsa y no se dieron cuanta de lo sucedido.
Súbitamente hubo
otro fuerte chasquido y otro largo centelleo
de luz azulosa, esta vez por uno de los
laterales de la precaria embarcación. Pude ver una enorme aleta avanzar
velozmente, como una sombra, sobre la superficie de las oscuras aguas,
lanzando espuma por la superficie cristalina y dejando un rastro largo y
luminoso.
-¡Andrés, lo vi,
es un tiburón enorme!- grité.
-¡Hace falta
petróleo para alejarlo de nosotros!- dijo Pipo, el otro remero que hacía de
pareja conmigo. A tientas, Andrés localizó el petróleo y comenzó a verterlo en
el mar. Pero ni así, el cetáceo se marchaba de las cercanías de la pequeña
embarcación.
Al frente, en la
proa, por un lado o por el otro a intervalos largos o cortos avanzaba el rayo
largo y luminoso, como un certero proyectil que deja escuchar su sonido de
muerte
Continuará.
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