viernes, 11 de enero de 2013

Cuba, del patrón en jefe al raulismo de mercado


En la producción se adoptaron los preceptos de la denominada “Emulación Socialista”. Los estímulos morales eran un leitmotiv, y se insertó en el inconsciente colectivo, casi marcada a fuego, la idea del dinero como un elemento atávico que debía ser superado.
Las libretas de racionamiento para productos alimenticios e industriales nos convirtieron en una masa amorfa, homogénea. La palabra consumo fue devaluada como sinónimo de un mal capitalista y el término “usuario” nos estandarizó en el acceso a los bienes.
Lo irónico de este proceso es que los dirigentes cubanos apoyaron, desde inicios de los sesenta, a los principales movimientos armados de izquierda, sobre todo en Latinoamérica. Sembrando conflictos de baja y mediana intensidad, obtuvieron cientos de miles de dólares a partir del tráfico internacional de armas. O sea que al pueblo no le podía gustar el dinero, pero a los Castro y su séquito les encantaba ganarlo “revolucionariamente”.
En Angola, mientras las tropas destacadas en la línea de fuego enfrentaban serios problemas con los suministros, desde Luanda los altos jefes militares cubanos disponían el canje de víveres por oro, marfil y piedras preciosas. Por otro lado, el soldado cubano que fuera detectado en las conocidas “candongas” intercambiando lo poco que le daban de alimento por dinero u otro bien material, se arriesgaba a ser castigado.
Mientras tanto, en Cuba, los primeros “mercados libres campesinos” eran desarticulados por el castrismo. La culpa de todo se la endilgaron a los denominados intermediarios que inflaban los precios para obtener ganancias. El “Patrón en Jefe” no estaba dispuesto a permitirles  a sus siervos el ejercicio de una economía libre.
En la década de los ochenta, todavía el CAME prohijaba con abundantes suministros a su colonia verde olivo. Sin embargo, la década siguiente tuvo otro signo. El CAME se fue a bolina junto con el socialismo euroasiático. La crisis tocó fondo. Entonces entró en escena, con una inusitada fuerza, la vilipendiada ley de oferta y demanda. Llegó por la puerta trasera, tal y como suelen hacerlo todos los procesos de cambio dentro de un régimen totalitario.
Un buen día, sin mucho ruido y entre las sombras de la oscuridad, llegó a La Habana, como enviado del presidente español Felipe González, el señor Carlos Solchaga. Castro tuvo que bajar a media asta las banderas de su egolatría demente. El país estaba en debacle económica total y las reglas de trueque de índole medieval eran la clave de supervivencia.
La Isla se había convertido en una “supercandonga”. El 26 de julio de 1993, Fidel Castro anunció la autorización para la libre circulación del dólar dentro del territorio nacional, penalizada desde 1961. A partir de ese momento, el hijo de un alto oficial enriquecido en Angola coincidiría con el hermano de un “marielito” en las incipientes tiendas recaudadoras de divisas.
Al año siguiente, después de la tensa “crisis de los balseros”, los cubanos recibieron permiso para ejercer algunos negocios privados. La ley de la oferta y la demanda salió de las tinieblas a la luz. La guerra del estado totalitario contra sus siervos pareció tomarse un respiro.
Con bajas y altas, las reglas del mercado han ido colándose en la realidad económica de la Isla. Hoy, los mismos gobernantes que las reprimieron, las preconizan como solución. El concepto del raulismo de mercado parece sustituir al del patrón en jefe. En la precaria realidad económica de Cuba, cada pedacito que gana el sector privado puede significar, a mediano plazo, un poco más de empoderamiento del ciudadano y un pasito más hacia la democracia.


Posted by: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"

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