lunes, 5 de agosto de 2013

El “General Pamela” y el Moncada

| Por Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Por estos días decidí indagar en los alrededores de mi barrio, Centro Habana, acerca de la opinión popular sobre el discurso de la víspera, del general-presidente con motivo del aniversario 60 del asalto al Cuartel Moncada.
Vecinos, parqueadores, taxistas, carretilleros, cuentapropistas de bisutería, borrachines de portales (que también sus votos cuentan) y conocidos del barrio, individuos todos de varias generaciones, fueron la muestra elegida para pulsar los criterios “desde abajo”. Ellos, los “beneficiarios” de la violencia de hace seis décadas, devenida fuente de legitimación del poder, debían haber sido los más interesados en el dicto oficial.
En vano. Ninguno de los preguntados había visto el acto, ni escuchado el discurso. Tampoco habían presenciado la gala artística, y los más guasones solo me dijeron que habían encendido el televisor en mudo en espera de que se acabara la ceremonia completa, por eso habían visto en la pantalla a “Raúl con uniforme y una pamela”. “No me preguntes nada, dime qué te pareció a ti el General Pamela”, me ripostó muy risueño uno de los interpelados. Es admirable el tino que tiene la gente común para descubrir siempre lo más notorio de cualquier evento.
Muchos de los miembros de la oposición y del periodismo independiente, en cambio, sí solemos escuchar los discursos oficiales. Es un ejercicio de disciplina o de autoflagelación, según como se vea, en el cual nos entrenamos para leer señales o para interpretar los lenguajes cifrados de los druidas de verde olivo. Ante el secretismo y lo errático de la política oficial no nos quedan muchas otras opciones para al menos especular sobre las intenciones de la cúpula. Sin embargo, esta vez nos quedamos con las ganas: el discurso del “General Pamela” no aportó absolutamente nada.
Obviamente, solo los asistentes –invitados o comprometidos–, castigados bajo el fuerte sol santiaguero, y los disidentes acomodados en casa frente a nuestros televisores, tuvimos la infinita paciencia de escuchar otra vez la machacona fábula de lo que en realidad fue el torpe ataque a un cuartel de la República cubana, que volvió a glorificarse como un acto de heroísmo sin par en la ceremonia más deslucida y pobre que se haya organizado para la ocasión.
Los discursos de los “amigos” que asistieron al acto, algunos presidentes y otras personalidades representantes de países del área, estuvieron también a la altura de la cita: en el subsuelo. Saltaba a la vista la ignorancia sobre la historia de este país, sobre la realidad que vivimos hoy y sobre las huellas más dolorosas que sufren los cubanos. Por eso no fue de extrañar, por ejemplo, que el Presidente de Santa Lucía tuviese la desafortunada idea de recordarnos la participación (injerencia) del gobierno de Cuba en África durante la guerra de Angola, según él un “ejemplo de solidaridad y de sentimiento de equidad racial” por parte del pueblo cubano. Algunos líderes políticos de la región no entienden que a veces resulta más decente permanecer discretamente callados.
En cuanto al discurso de clausura, destacó por lo chato. Sin ningún logro que celebrar, planes que anunciar ni ideas que proponer por parte del gobierno, éste fue, sin dudas, el más anodino de todos los pronunciados en la historia del ritual que consagra la liturgia revolucionaria, celebrado esta vez en un Santiago destruido tras el paso de esos otros ciclones sin uniforme, los naturales, que lo han asolado en los últimos cuatro años, y en medio de la embarazosa crisis diplomática no declarada que se ha suscitado a partir de la retención en Panamá del barco norcoreano que transportaba a dudoso destino armas procedentes de Cuba.
Tal vez hubiese sido más propicio delegar nuevamente la incómoda tarea en el delfín Díaz-Canel, en su función de emergente de turno, para disimular con la “frescura” del relevo la decadencia que destiló la conmemoración, pero seguramente la presión de un aniversario cerrado forzó la presencia obligada de uno de los protagonistas de la gesta. “Todavía quedamos algunos…” dijo el propio general-presidente, con cierta justificada melancolía. Y esos “algunos” la tienen difícil, en medio de la perenne oscuridad nacional, para seguir vendiendo el Moncada como alborada luminosa.
Así, ante el ocaso que supone la falta de proyectos políticos o económicos, la improductividad crónica del sistema, el fracaso de las reformas y la apatía generalizada, quizás Castro II quiso desviar la atención de la opinión pública estrenando para la ocasión una pamela de sol que contrastaba fuertemente con sus planchadas charreteras de general en uniforme de gala. Un toque de desenfado en medio de tanta memoria estéril, que algo había de hacer para que los allí presentes no se durmieran con el discurso. Lástima que, a juzgar por los comentarios callejeros, el resultado no estuvo a la altura de su esfuerzo.
Pero no hay que ser suspicaces. Más allá del ridículo, agradezcámoslo: esa inusitada pamela fue el único toque novedoso de toda la ceremonia de consagración del pasado en una nación cada vez más urgida de un futuro.


Posted by: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"

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