China y Rusia, naciones irresponsables
Por Dr. Darsi Ferret
La Habana, Cuba. 18 de junio de 2012.
El repetido uso del derecho a veto de Rusia y China en el Consejo de
Seguridad de la ONU impide una enérgica acción de la comunidad
internacional para el caso de Siria. Allí la matanza es tan abierta y
brutal que esta actitud parece una insolente componenda de mezquinos
intereses con la dictadura de ese país. Los civiles muertos, desplazados
y refugiados en la nación árabe suman más de 300 mil. Las unidades del
ejército, las fuerzas de la policía política y las milicias o tropas
paramilitares están masacrando abiertamente a poblaciones indefensas,
con fuego de armas pesadas o pasándolas a cuchillo. ¿Qué argumento puede
ser válido para no detener la masacre?
China insiste en una
solución política cuando la escalada de violencia del régimen se
incrementa por día, precisamente eludiendo el arreglo pacífico al que
hipócritamente se comprometieron mediante la aceptación del Plan de Paz
del enviado especial de la ONU y La Liga Árabe, Kofi Annan, e imponiendo
a sangre y fuego un régimen que ha caducado con los aires de libertad
de la Primavera Árabe. Por su parte Rusia se empeña en la posibilidad de
un arreglo sin injerencia extranjera cuando está claro que Bashar Al
Assad y su grupo de poder eso es lo que pretenden para poner en casa el
orden de los cuarteles y el cementerio. A estas alturas de violenta
mortandad, las dos visiones ofrecidas como solución del problema dejan
cada vez más a las claras el amargo sabor y el deslinde brutal de una
complicidad con la dictadura siria.
Los argumentos en contra de la
intervención de la comunidad internacional en el conflicto se tornan
cada vez menos sostenibles precisamente por la posición global que
aspiran para sí ambos emisores. Rusia y China disfrutan de privilegios
en el Consejo de Seguridad que no merecen, ni por su peso geopolítico ni
por su repetida falta de responsabilidad en los asuntos
internacionales. Todavía está fresca la obcecada abstención de ambas
naciones en el Consejo de Seguridad a la hora de decidir la adopción de
una zona de exclusión aérea para actuar en Libia, mientras el régimen de
Gadafi asaltaba a la mayoría de la población del país sumada a la
rebeldía frente a su despótico régimen de más de cuarenta años. De
haberse actuado más rápido en ese conflicto, como estaba dispuesta la
comunidad democrática responsable, se habría impedido una vasta
destrucción nacional, así como la pérdida de la vida de muchos
ciudadanos libios.
Sin embargo, lo peor del irresponsable y egoísta
uso del poder de veto es que después tanto Rusia como China, a las que
se les brinda un estatus de supuestas grandes potencias, no asumen sus
responsabilidades con las consecuencias de sus actos y quedan al
descubierto intereses de pedestre atalaje, como la venta de helicópteros
militares rusos y otros tipos de armamentos a Al Assad, precisamente
cuando la escalada de violencia indica que su régimen está dispuesto a
utilizarlos contra su mismo pueblo. Y claro, no puede quedar sin
mencionar la base de escucha de inteligencia, lo más probable para
espiar a Israel, que aún conserva la nación euroasiática en el
territorio sirio. Como resultado de formar parte de las naciones del
bando vencedor de la contienda de la Segunda Guerra Mundial, China y
Rusia fueron premiadas con un poder supremo de decisión en los asuntos
internacionales que ya les queda grande, fruto de una decisión y
situación política internacional que ha cambiado radicalmente desde el
fin de aquel conflicto global, hace ya más de 60 años.
El orden
democrático que con avances lentos y firmes se impone como mayoritario
método de gobierno mundial supera los totalitarismos y secuelas
coloniales, y deja atrás los parámetros de conducta internacional
prohijados por la Guerra Fría. En este nuevo contexto, hace tiempo que
China no es una república en vías de establecer una democracia, como
parecía en 1945, sino un modelo de despotismo asiático unipartidista.
Rusia, desaparecido el antiguo engendro soviético, aún continúa
arrastrando un aura imperial zarista, con su estructura económica de
país subdesarrollado y las limitaciones de un desvaído capitalismo de
Estado y el concepto de traspaso de poder en círculos muy estrechos al
estilo de una república bananera. Ninguna de estas dos naciones
constituye ejemplo de sólido progreso económico y social, donde prime el
Estado de Derecho y el espíritu de integración global. ¿Por qué se
persiste en concederles el beneplácito de un voto determinante en los
asuntos mundiales?
Es prácticamente nula la colaboración civil y
económica de ambos países para coadyuvar al desarrollo democrático y a
la moderna prosperidad de la región del Medio Oriente con la ola
libertaria que está derribando en la región primitivas satrapías
heredadas. Sin embargo, gozan del privilegio de veto, que impide una
solución inmediata de los desafueros de las dictaduras en peligro a la
vez que no cargan con las costosas consecuencias de sus decisiones. Son
interventores irresponsables de acuerdo a la posición geopolítica de
grandes potencias que pretenden asumir. Lo peligroso de este actuar es
que intentarán jugar el mismo rol en futuras acciones populares que se
esfuercen en cambiar pacíficamente a los gobiernos opresores. Impiden
soluciones y luego se lavan las manos y se desentienden, como sucedió
con la destructiva guerra que sostuvo Moscú durante años contra
Afganistán. ¿Qué imaginan que puede ocurrir con la creciente violencia
en el país árabe?
El conflicto en Siria crece en proporciones y
pronto será una guerra civil en toda línea que podrá fácilmente
sobrepasar las fronteras y arrastrar en la violencia a los países
colindantes. La resistencia a la brutalidad estatal va en ascenso como
comprensible respuesta al genocidio. El pueblo sirio ha expresado
claramente que se pronuncia porque se acabe el régimen dinástico
asadita. El derecho internacional y la más elemental sensatez y decencia
no pueden aceptar los desaliñados argumentos de “soberanía” y “no
injerencia en los asuntos internos” cuando esto significa una patente de
corso para matar al soberano, que es el pueblo, manifestando en
protestas pacíficas y multitudinarias su clamor por una transición sin
derramamientos de sangre. La tolerancia inducida hacia el ya demostrado
ilegitimo régimen aborta la oportunidad de encontrar una solución civil y
ordenada, al provocar el desplazo de los actores de la resistencia
pacífica de la dirección del cambio, sustituidos por militares rebeldes.
Esto agrava aún más los posibles efectos de la confrontación.
Hay otros candidatos que pueden utilizar ese poder de veto en el Consejo
de Derechos Humanos de la ONU de manera más justa y ponderada. Por
ejemplo, Alemania y Japón, las dos grandes derrotadas del conflicto
bélico de hace casi setenta años. Ambas naciones son más representativas
del espíritu globalizador que ahora guía el mundo. No sólo son grandes
potencias por su desarrollo económico, sino por su pujante ejercicio
democrático, su respeto y cumplimiento de los Derechos Humanos, los
compromisos internacionales y una enorme responsabilidad e influencia
global.
En el escenario internacional, los regímenes despóticos que
aún quedan están muy atentos a estas señales. Y ante los reclamos
populares que les puedan tocar se disponen a aplicar la misma rampante
mano dura que Siria con su pueblo. Las dictaduras aprenden unas de
otras, y de la misma manera que el régimen de Bashar Al Assad sacó
lecciones útiles del error táctico del defenestrado Gadafi al atacar a
su propio pueblo con la aviación militar, precipitando la intervención
internacional, el régimen cubano está observando atentamente lo que se
le permite de tropelías a este caduco régimen del Medio Oriente. Su
histérica defensa de la no intervención internacional en Siria está
motivada menos por solidaridad retrógrada con China y Rusia que por
intereses de rampante supervivencia.
El fin del suministro
indiscriminado del vital combustible deja cada vez más claro lo que
sobrevendrá en Cuba a la muerte de Chávez, con su sustituto o con el
triunfo de la oposición en Venezuela. Y con taimada sospecha, la única
dictadura militar en el continente sabe que la crisis que anunciada no
sólo tendrá clamores y protestas populares. La segunda generación de
déspotas que espera su turno para seguir explotando al pueblo cubano
perderá toda la poca confianza que le guardan a la vieja pandilla en el
poder para garantizarles el traspaso de las gastadas riendas.
Por
lo menos para paliarle el costo de un rechazo popular abierto a la
dictadura castrista en el marco internacional, lo que pudiera
representar la defenestración de la vieja y de la aspirante clase
política, el arcaico régimen cuenta con Rusia y China en el Consejo de
Seguridad de la ONU. Espera que sus dos antiguos compinches, otra vez
dando muestras de su estrecho criterio de solución de los conflictos
globales, que gira en torno a tratar de impedir la influencia de Estados
Unidos y Occidente en la consolidación del modelo democrático, la
protejan de una intervención humanitaria mientras aplica el componte
criollo de los desmanes que se prepara para llevar a efecto. Los
reclamos populares así como la muy probable lucha interna entre las
diversas facciones del poder, los querrá ahogar con brutal represión y
el uso indiscriminado de grupos paramilitares que, al igual que en
Siria, ya han ido lanzando a las calles para que se entrenen en
aterrorizar a la población.
Si la comunidad internacional continúa
impasible, permitiendo la irresponsabilidad y los egoístas intereses de
Rusia y China, que estimulan la masacre en Siria, ¿qué podrán esperar
los cubanos cuando les toque expresar sus deseos de cambios? En bien de
la Humanidad, nada de tolerancia ni política de apaciguamiento, la
intervención humanitaria siempre estará justificada ante hechos de
genocidios.
Posteado por: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"
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