Por: René Gómez Manzano
LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org – Cuando en 1959 los revolucionarios llegaron al poder en Cuba, iniciaron un feroz ajuste de cuentas contra los personeros del régimen derrocado. El fatídico paredón de fusilamiento irrumpió de manera destacada en la vida nacional. Se dijo que era menester evitar los excesos de 1933, a la caída de Machado, cuando hubo linchamientos mientras muchos culpables eludieron todo castigo.
La gran mayoría de los cubanos, ilusionada con el nuevo régimen, estuvo de acuerdo. Los hechos demostraron que, en el gobierno, primaron no las ansias de justicia, sino el deliberado propósito de instaurar el terror. Desde el mismo 1959 quedó claro que cualquier oposición a Castro entrañaba el riesgo cierto de penas severísimas, incluyendo la muerte.
Los comunistas consideraron que las catorce prisiones que existían en tiempos de Batista eran demasiado pocas para formar el “hombre nuevo” entusiasta y obediente, adecuado a la nueva sociedad que debía surgir como resultado de la ingeniería social basada en las teorías enunciadas decenios antes por Marx, Engels y Lenin.
No pasó mucho tiempo antes que esas catorce cárceles se multiplicaran hasta alcanzar los centenares que existen hoy. Organizaciones independientes calculan que por esos centros ha pasado el diez por ciento de la población adulta del país, lo cual explica la involución de la vida social que ha sufrido Cuba.
El lugar que correspondía a los esbirros tradicionales de la época batistiana pasó a ser ocupado por los nuevos corchetes adoctrinados en el marxismo-leninismo e inspirados en el ejemplo de organismos tenebrosos: la Cheka creada por el fundador de la secta y sus legítimas herederas, la OGPU y la NKVD de la era estalinista y la Stassi de Alemania Oriental.
Para mantener al pueblo a raya, sumiso, también estos agentes de nuevo tipo denigran, golpean o ejecutan, aunque esto último, como regla, no de manera extrajudicial, sino tras una especie de juicio, celebrado antes en los tristemente célebres tribunales revolucionarios, y ahora en una sala de la seguridad del Estado, que es algo parecidísimo.
Por supuesto, no han faltado matanzas colectivas, como las del Río Canímar y el remolcador 13 de Marzo, con muertos por docenas. Los desdichados que perecieron en las naves hundidas tuvieron la desgracia de emplear el medio de transporte utilizado generalmente por los cubanos para huir del “paraíso socialista”.
En los últimos años, cuando la pena de muerte, que permanece en los códigos cubanos, está sujeta en la práctica a una moratoria, habría que señalar el retorno a ejecuciones extrajudiciales quizás no deliberadas, pero sí innegables, como la de Juan Wilfredo Soto García el pasado 8 de mayo en Villa Clara, como resultado de una tunda policial.
También se ha recurrido a una institución añeja, aunque creada no por Batista, sino por Machado. Las porras del “mocho de Camajuaní”, encargadas de apalear y aterrorizar a quienes se oponían a su gobierno, evitando así que la policía tuviese que dar la cara, han resucitado ahora, aunque bajo la denominación de brigadas de respuesta rápida. Un nombre nuevo para unas funciones viejísimas.
La propaganda comunista insiste en hacer grandes distingos entre las políticas represivas de los tiempos de Batista y las actuales, pero yo sólo veo algunas diferencias en las formas, no en el fondo. Confieso que añoro los tiempos del presidente Prío, cuando, de niño, oía a los mayores explayarse en un tranvía o una emisora hablando mal del gobierno sin que nadie los reprimiera por ello.
Mientras en Cuba no renazcan la democracia y la tolerancia, no veremos un cambio real en la actuación de las fuerzas policiales. Si en Rebelión en la granja George Orwell pintaba a un cerdo Napoleón que se parecía cada vez más a los antiguos amos humanos, así también los órganos represivos del actual régimen totalitario presentan, en lo esencial, una sospechosa semejanza con los de las execradas dictaduras del pasado.
Posteado por: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"
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