
Tan pronto desembarcan en la Isla, sin quitarse el polvo del camino, estos hidalgos viajeros alimentan su espíritu yendo a la Plaza de la Revolución y al santuario del Che en Santa Clara. Luego, invariablemente, les toca el postre. Así que se despelotan en la habanera calle Obispo, en los entornos del Parque Central o en La Rampa, en pos de nuestras puticas, últimos destellos del faro de América.

Si fuera posible tener en cuenta el pudor o el sentido común cuando de esta fauna se trata, habría que preguntarse por qué al menos no procuran que les lleven a las jinetas hasta un lugar apartado, donde estarían esperándolas sin necesidad de exponerse tan descaradamente al esperpento y al ridículo. Pero eso no va con ellos. Es obvio que han resuelto disfrutar como Dios manda de su última orgía revolucionaria, ya que sólo el diablo sabe el sacrificio que les costó organizarla, reuniendo durante años el remanente de sus salarios como jubilados.

“La vejez es una enfermedad incurable”, nos dejó advertido Terencio. Pero puede ser que no tuviese razón, al menos si lo aplicamos a este asunto. Creo que más certera fue mi abuela, quien no estaba de acuerdo con eso de que algunas personas pierden la vergüenza al envejecer, porque ya nada les importa. Quien no tiene vergüenza en la vejez –decía ella- es porque nunca la tuvo.
Posted by: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"
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