
Sin embargo, algunos países latinoamericanos –región pródiga en dictaduras– parecen estar viviendo un proceso de regresión política: en lugar de avanzar en la democracia retornan a las satrapías de herencia decimonónica. En “Nuestra América” las dictaduras son padecimiento congénito que de vez en vez vuelve a brotar bajo nuevos atavíos.
De hecho, Latinoamérica cuenta con un catálogo de dictaduras de izquierdas y de derechas, con todos los matices, que básicamente reflejan la misma cosa: la indigencia cívica de millones de latinoamericanos.
Es por esto que en el nuevo siglo continúan emergiendo caudillos regionales de diverso calibre que, amparados por el poder político alcanzado gracias al ejercicio de principios democráticos, se lanzan a desmontar las instituciones cívicas que constituyen el sostén de las democracias, para así perpetuarse en el poder y administrar las naciones como si de sus haciendas se tratase.

Nace así en Venezuela, no mediante un golpe de estado sino por decreto presidencial, la primera dictadura militar latinoamericana del nuevo siglo, emergida desde principios “de izquierdas”.
Una dictadura saludable
Sin embargo, en materia de dictadura los cubanos nos llevamos las palmas. Tras casi 55 años, el castrismo mantiene intacta su capacidad de regenerarse, adecuarse a las nuevas situaciones y hasta sacar provecho de ellas. La novedad que aporta el caso cubano es la metamorfosis que se está produciendo en sentido inverso: la nomenklatura está reciclándose desde una declarada ideología “de izquierdas” hacia una evidente posición “de derechas” no confesada.
Es decir, el gobierno abandona la simulación de humildad y el discurso redentor-mesiánico-populista para erigirse monopolio capitalista de Estado, sin abandonar los métodos dictatoriales.

Pero, si bien bajo el cetro de Castro I se procuraba disfrazar de legalidad la actividad represiva, con registros domiciliarios “documentados”, acusaciones con “causas legítimas”, juicios en tribunales, condenas, etc., la represión raulista ha estado imponiendo un cambio de estilo y métodos, como son las detenciones de corto plazo, secuestros y traslados de los activistas a puntos distantes para impedir su asistencia a determinados encuentros y reuniones, y más recientemente con la frecuente y sistemática aplicación de golpizas, mítines de repudio u otras formas de violencia, pero sin dejar huellas documentales y sin que ello signifique renunciar a los encarcelamientos y a las condenas.
Como norma, no se registra la permanencia de los detenidos en las unidades policiales ni se procede con las denuncias que se realizan por parte de éstos ante la fiscalía.

Así, mientras los atavíos dictatoriales varían, los objetivos son los mismos: culminar el proceso de afianzamiento en el estilo “capitalista” manteniendo el control social a través del terror, cerrar el cerco contra el activismo cívico independiente –que en el último lustro viene registrando un discreto pero constante crecimiento–, evitar el contagio disidente a otros nichos de la sociedad, como pudieran ser los sectores económicamente autónomos de pequeños empresarios privados surgidos a raíz de las llamadas “reformas raulistas”, y mantener el sistema de “estancos sociales” para obstaculizar el nacimiento de un movimiento civil fuerte capaz de constituir eventualmente una opción política efectiva. Una amenaza que se está consumando pese a los esfuerzos de la disidencia, ante la indiferencia del mundo democrático.
Posted by: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"
No hay comentarios:
Publicar un comentario