Generación Y es un Blog inspirado en gente como yo, con
nombres que comienzan o contienen una "i griega". Nacidos en la Cuba de
los años 70s y los 80s, marcados por las escuelas al campo, los
muñequitos rusos, las salidas ilegales y la frustración. Así que invito
especialmente a Yanisleidi, Yoandri, Yusimí, Yuniesky y otros que
arrastran sus "i griegas" a que me lean y me escriban.
El andén vacío

Trenes Habana-Bejucal 1835.Imagen tomada de lacomunidad.elpais.com
La pequeña estación de trenes bulle de vida desde bien temprano. Los estudiantes pasan con los uniformes ajustadísimos y
un vendedor de periódicos anuncia el aburrido Granma de cada día. Hay
cucuruchos de maní, dependientes que ofrecen refrescos y varias personas
que han dormido toda la madrugada sobre cartones en el suelo. El lugar
–a pesar de su insignificante arquitectura– podría ser una terminal de
ferrocarril en cualquier ciudad del mundo. Sólo que algo falta en la
escena, algo brilla por su ausencia: no se ve ni un solo tren. Los
rieles están vacíos y no se divisa ninguna locomotora, ni siquiera se
oye su silbato en la distancia. A media mañana llegará renqueante un
solitario coche motor que aún tiene pintadas en el costado las siglas DB
(Deutsche Bahn). Los pasajeros lo abordaran con desgano, aunque algún
que otro niño todavía saludará sonriente desde la ventanilla.
Cuba
tuvo el primer ferrocarril de Iberoamérica, que se inauguró justamente
en un noviembre como éste pero de hace 175 años. El tramo La
Habana-Bejucal se creó una década antes de que España –la entonces
metrópoli- pusiera a funcionar los trenes en su propio territorio. Pero
no es solamente cuestión de fechas, sino que en esta Isla las líneas
férreas vinieron a encajar en la geografía nacional como una espina
dorsal de la que partían infinitos ramales. La vida de muchos pueblitos
empezó a medirse temporalmente entre la llegada de un vagón y otro,
entre los arribos y las partidas que aparecían en la pizarra de cada
estación. La cotidianidad olía a ese “aroma” que surge de la fricción
entre el metal de las ruedas y el de los rieles. Pero de aquel protagonismo
ferroviario poco queda hoy. Un día dijimos adiós desde el andén al
último tren donde nos sentimos a gusto y a partir de ese momento
subirnos en otro fue una experiencia incómoda, difícil, angustiosa.
Aunque
en el último año se han llevado a cabo labores de reparaciones de vías y
aumentó en más del doble la mercancía trasladada a través de ellas, el
daño sufrido por el ferrocarril cubano es de una gravedad que no se
puede cuantificar en números. El problema principal no es la falta de
puntualidad en las salidas, los vagones deteriorados, ni los baños tan
sucios que ya ni siquiera se pueden llamar servicios sanitarios. Tampoco
el robo sistemático a las pertenencias de los viajeros, el maltrato de
muchos empleados a los clientes, la cancelación constante de salidas o
la alarmante falta de seguridad vial que se expresa en frecuentes
accidentes. El deterioro mayor ha ocurrido en la mentalidad de los
cubanos, para quienes el ferrocarril ha dejado de ser el transporte
interprovincial por excelencia. Esos millones de personas que ya no
miden el ritmo de su vida por el silbato de una locomotora, que ya no
saludan con orgullo desde la ventanilla de un vagón. A la manida escena
del beso de despedida en un andén, del pañuelo batiendo desde el
apeadero, le falta desde hace décadas el protagonista principal: un tren
a punto de partir, una larga serpiente de hierro dispuesta a recorrer
la espina dorsal de esta Isla.
Posted by: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"
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