Basta con leer sus inscripciones para percatarnos de que muchas
fueron depositadas por personas que ya no residen en Cuba, lo cual no ha
impedido que cumplan el compromiso que contrajeron con La Milagrosa
viernes, septiembre 19, 2014 |
José Hugo Fernández y Ernesto Santana
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Foto-galería de los autores
LA HABANA, Cuba -Entre procrear y huir, las últimas generaciones optan por lo segundo, sin que parezca inquietarles la perduración de la especie, una prioridad esencial en todo ser viviente. Los bajos índices de natalidad que se reportan hoy en nuestra isla han sido ya motivos de reflexión en la prensa independiente, en tanto prenden luz roja en los informes oficiales, que nunca son confiables, o al menos no tanto como pueden serlo ciertas manifestaciones del sentimiento popular que no se registran en estadísticas, pero hablan por sí solas.
Es el caso del nuevo tipo de milagros que en forma creciente están yendo a pedir los habaneros a la tumba-santuario de La Milagrosa, en el Cementerio de Colón.
A partir de los años 80, cuando dejó de darnos miedo o pena visitar como devotos el sitio, la mayoría de los peregrinos eran mujeres que iban a pedir milagros relacionados con la maternidad. No se trataba de una regla inviolable, pero marcó con énfasis la costumbre. Sin embargo, actualmente se observan cambios en esta tendencia. Y es justo en tales cambios donde podemos comprobar, mejor que en cualquier tabla numérica -por más científica que se califique-, lo que desea y proyecta nuestra gente, muy especialmente los jóvenes.
La preponderante cifra de frases que lo expresan por lo claro, como: “Gracias, Amelia, por ayudarnos en nuestro viaje”; o que lo dejan caer, como: “Gracias por habernos complacido en lo que te pedimos”, utilizando un lenguaje críptico que es todavía usual en las calles (como rezago de épocas aún más represivas que las actuales), resulta obvia por estos días entre las lápidas que los devotos depositan al pie de la tumba-santuario al considerar que han sido satisfechos sus ruegos.
Por cierto, constituyen multitud los creyentes que han dejado constancia de su agradecimiento mediante lápidas que llevan hasta la tumba-santuario y que, por ser tantas, la administración del cementerio se ha visto obligada a dedicarles un espacio aparte. Basta con leer sus inscripciones para percatarse de que muchas fueron depositadas por personas que ya no residen en Cuba, lo cual no ha impedido que cumplan el compromiso que contrajeron con La Milagrosa.
¿Cuál sería la reacción de José Vicente Adot Rabell si pudiese ver hoy que la tumba de su esposa, Amelia Goyri de la Hoz, es la más visitada en toda la historia del cementerio y que es tal la adoración que despierta entre nuestra gente que no la dejan sola ni un minuto del día, al punto que el suyo se ha convertido en el panteón mejor vigilado de Cuba, con custodia exclusiva y permanente?
Se conoce que José Vicente se opuso a que la tumba de Amelia fuera objeto de culto, lo cual consideraba una intromisión en sus asuntos privados. Incluso, pretendió destinarle un guardián para impedir que sus devotos le pusieran flores. Hoy ocurre todo lo contrario. Entre las tareas de quienes custodian el sepulcro, sea un CVP (guardia de seguridad) del cementerio o una vigilante pagada por una institución no gubernamental, está la de viabilizar la entrega de ofrendas, al tiempo que impiden profanaciones o saqueos que puedan ofender la devoción popular.
Es bien conocida igualmente la historia que originó el culto a La Milagrosa. Amelia, que amaba a José Vicente desde la niñez, se convirtió en su esposa en el año 1900. Pronto estuvieron esperando descendencia, una niña, pero a los 8 meses de embarazo, ella sufrió una repentina enfermedad (eclampsia) que provocaría su muerte y la de la criatura. El marido enloqueció. Acudía diariamente a visitar la tumba, creyendo que Amelia sólo estaba dormida, así que iba a despertarla golpeando una de las cuatro argollas de la tapa del sepulcro.
Un escultor amigo suyo talló en mármol de Carrara una estatua de Amelia que fue colocada allí. José Vicente adoptó el hábito de quitarse el sombrero ante la escultura, ponerlo sobre su pecho, y luego retirarse sin darle jamás la espalda. Ese hábito, que aún se practica, originó el primer rito en torno a La Milagrosa.
Se cuenta que 13 años después de sepultada, el viudo quiso ver los restos. Así descubrió que el cuerpo de Amelia estaba intacto, y la criatura, que había sido colocada entre sus piernas, se hallaba ahora apoyada en el brazo izquierdo de la madre. A partir de entonces se hizo legendaria la adoración popular.
La gente empezó a llamarle La Milagrosa y a creer en los poderes sobrenaturales de la tumba-santuario, sobre todo en lo referido a la protección de las embarazadas y de los niños. También se le pedía algún otro tipo de gracia, pero lo que trascendió fue su fama como salvaguarda de la maternidad y de su descendencia, una tradición (otra) que nuestra dura realidad de hoy está alterando
Posted by: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"
LA HABANA, Cuba -Entre procrear y huir, las últimas generaciones optan por lo segundo, sin que parezca inquietarles la perduración de la especie, una prioridad esencial en todo ser viviente. Los bajos índices de natalidad que se reportan hoy en nuestra isla han sido ya motivos de reflexión en la prensa independiente, en tanto prenden luz roja en los informes oficiales, que nunca son confiables, o al menos no tanto como pueden serlo ciertas manifestaciones del sentimiento popular que no se registran en estadísticas, pero hablan por sí solas.
Es el caso del nuevo tipo de milagros que en forma creciente están yendo a pedir los habaneros a la tumba-santuario de La Milagrosa, en el Cementerio de Colón.
A partir de los años 80, cuando dejó de darnos miedo o pena visitar como devotos el sitio, la mayoría de los peregrinos eran mujeres que iban a pedir milagros relacionados con la maternidad. No se trataba de una regla inviolable, pero marcó con énfasis la costumbre. Sin embargo, actualmente se observan cambios en esta tendencia. Y es justo en tales cambios donde podemos comprobar, mejor que en cualquier tabla numérica -por más científica que se califique-, lo que desea y proyecta nuestra gente, muy especialmente los jóvenes.
La preponderante cifra de frases que lo expresan por lo claro, como: “Gracias, Amelia, por ayudarnos en nuestro viaje”; o que lo dejan caer, como: “Gracias por habernos complacido en lo que te pedimos”, utilizando un lenguaje críptico que es todavía usual en las calles (como rezago de épocas aún más represivas que las actuales), resulta obvia por estos días entre las lápidas que los devotos depositan al pie de la tumba-santuario al considerar que han sido satisfechos sus ruegos.
Por cierto, constituyen multitud los creyentes que han dejado constancia de su agradecimiento mediante lápidas que llevan hasta la tumba-santuario y que, por ser tantas, la administración del cementerio se ha visto obligada a dedicarles un espacio aparte. Basta con leer sus inscripciones para percatarse de que muchas fueron depositadas por personas que ya no residen en Cuba, lo cual no ha impedido que cumplan el compromiso que contrajeron con La Milagrosa.
¿Cuál sería la reacción de José Vicente Adot Rabell si pudiese ver hoy que la tumba de su esposa, Amelia Goyri de la Hoz, es la más visitada en toda la historia del cementerio y que es tal la adoración que despierta entre nuestra gente que no la dejan sola ni un minuto del día, al punto que el suyo se ha convertido en el panteón mejor vigilado de Cuba, con custodia exclusiva y permanente?
Se conoce que José Vicente se opuso a que la tumba de Amelia fuera objeto de culto, lo cual consideraba una intromisión en sus asuntos privados. Incluso, pretendió destinarle un guardián para impedir que sus devotos le pusieran flores. Hoy ocurre todo lo contrario. Entre las tareas de quienes custodian el sepulcro, sea un CVP (guardia de seguridad) del cementerio o una vigilante pagada por una institución no gubernamental, está la de viabilizar la entrega de ofrendas, al tiempo que impiden profanaciones o saqueos que puedan ofender la devoción popular.
Es bien conocida igualmente la historia que originó el culto a La Milagrosa. Amelia, que amaba a José Vicente desde la niñez, se convirtió en su esposa en el año 1900. Pronto estuvieron esperando descendencia, una niña, pero a los 8 meses de embarazo, ella sufrió una repentina enfermedad (eclampsia) que provocaría su muerte y la de la criatura. El marido enloqueció. Acudía diariamente a visitar la tumba, creyendo que Amelia sólo estaba dormida, así que iba a despertarla golpeando una de las cuatro argollas de la tapa del sepulcro.
Un escultor amigo suyo talló en mármol de Carrara una estatua de Amelia que fue colocada allí. José Vicente adoptó el hábito de quitarse el sombrero ante la escultura, ponerlo sobre su pecho, y luego retirarse sin darle jamás la espalda. Ese hábito, que aún se practica, originó el primer rito en torno a La Milagrosa.
Se cuenta que 13 años después de sepultada, el viudo quiso ver los restos. Así descubrió que el cuerpo de Amelia estaba intacto, y la criatura, que había sido colocada entre sus piernas, se hallaba ahora apoyada en el brazo izquierdo de la madre. A partir de entonces se hizo legendaria la adoración popular.
La gente empezó a llamarle La Milagrosa y a creer en los poderes sobrenaturales de la tumba-santuario, sobre todo en lo referido a la protección de las embarazadas y de los niños. También se le pedía algún otro tipo de gracia, pero lo que trascendió fue su fama como salvaguarda de la maternidad y de su descendencia, una tradición (otra) que nuestra dura realidad de hoy está alterando
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