- La reconstrucción democrática solo será posible si se involucra al mayor número de cubanos.
- La oposición debe articularse y proyectarse dentro y fuera de la Isla con un peso cívico y político.
- Debemos mostrar que somos una opción de gobernabilidad, capaz de
generar un entramado político y jurídico que llene cualquier vacío.
El panorama político de la Isla se ha
dinamizado en los últimos tiempos. En la arena internacional el hecho de
mayor impacto ha sido sin dudas la muerte de Hugo Chávez y su sucesión
materializada en Nicolás Maduro, un hombre con muy pocas herramientas
políticas, que a pesar de muchos pronósticos ha logrado, por ahora,
mantener cierto equilibrio. Sin embargo, la difícil situación económica
por la que atraviesa Cuba y el incierto escenario chavista, hacen que el
totalitarismo cubano evite apostar todas sus cartas a Venezuela.
Para la elite en el poder, el tiempo, como parte de
la ecuación política, se convierte en la variable más importante. El
relanzamiento de su posición en la arena internacional pasa a ser parte
de sus prioridades. Mostrar un nuevo momento en las relaciones con
Europa y Estados Unidos se vuelve vital en la búsqueda de nuevos socios
económicos y políticos que le brinden estabilidad y legitimidad.
En el interior de la Isla, las transformaciones en
el sector económico no generan una nueva impronta dado los años de
estatismo acumulado, la descapitalización y la precaria situación de
múltiples sectores. Un proceso de verdaderas reformas implicaría
acciones más profundas que dinamicen una realidad que ya se anuncia como
desastre social, reconocido incluso por Raúl Castro en su última
intervención. Pero el miedo a perder el control se convierte en obsesión
y principal obstáculo.
La posibilidad de viajar de algunos opositores
representa en este sentido el paso más audaz que ha dado la elite en el
poder, una clara apuesta a mejorar su imagen en el exterior y sacudirse
el estigma de la falta de libertad de movimiento. Es muy probable que
esta movida esté manejada bajo el presupuesto de que algunos tragos
amargos no serán más que eso, que la realidad seguirá metida en su
habitual camisa de fuerza, porque los opositores no pasaremos del nivel
mediático y al regresar a Cuba, el control absoluto de la Seguridad del
Estado y la falta de articulación social, mantendrán todo en su lugar.
Ante este escenario se hacen necesarias algunas
preguntas: ¿Está la sociedad cubana en condiciones de pujar por mayores
espacios de libertad e independencia? ¿Puede la oposición capitalizar
políticamente sus viajes? Entiéndase por capitalizar nuestra capacidad
de articularnos y proyectarnos dentro y fuera de la Isla como fuerzas
prodemocráticas con un peso cívico o político en cada caso. Proyección
que nos permita también terminar con el nefasto juego de gato y ratón
con el que la Seguridad del Estado, como brazo del sistema, nos ha
mantenido ineficientemente ocupados. Se vuelve entonces imprescindible
madurar como oposición y sociedad civil, lograr expandir las grietas de
un sistema agotado que sostiene el control y el ejercicio de la
violencia de Estado como elementos de contención social.
La experiencia de múltiples transiciones muestra la
importancia de comprender el momento del cambio como un paso dentro del
proceso de reconstrucción nacional, visto como un punto de inflexión no
discontinuo. En un escenario extremo como el que enfrentamos, una
transición exitosa implicará necesariamente la activa participación de
capital humano preparado, con un fuerte compromiso social y una clara
visión de la nación que desea construir.
Sin un tejido social que represente cuando menos un
microcosmos del meso y macrocosmos que visualizamos, será muy difícil
edificar una democracia funcional. Los ejemplos fallidos son abundantes y
resulta irresponsable omitirlos. La conocida "primavera árabe",
devenida "invierno", es el caso más reciente que muestra que la
instauración de un sistema político necesita un proceso de maduración y
articulación de su sociedad civil. Imaginar el cambio y la
reconstrucción de un país roto, fragmentado, no solo en el aspecto
físico sino también en su dinámica social e individual, resulta
ejercicio primordial si pretendemos la construcción de una democracia
que contenga los ingredientes de toda nación moderna.
Como oposición debemos romper con paradigmas que
impliquen regresión y copia de lo que se ha vivido, en el que símbolos
gloriosos, épicos y personalismos juegan un papel significativo. Un
imaginario que cifra demasiadas esperanzas en una "chispa" expansiva y
que suele aplazar un trabajo efectivo con vistas al mediano y largo
plazo.
Sería saludable igualmente reajustar una idea que ha dominado
nuestras mentes durante más de medio siglo postrepublicano: la anhelada
unidad de la oposición como única vía de presión efectiva para promover
el cambio. Consideramos que el protagonismo principal de la transición
debe recaer sobre la sociedad civil, mientras la oposición, como actor
político, con un discurso y una acción coherente, debe pujar porque su
representatividad tenga el alcance y la penetración necesaria.
El viejo Hegel llevaba razón al afirmar que "todo lo
que un día fue revolucionario se vuelve conservador". Las palabras
pierden su sentido original y se resemantizan al cambiar el contexto que las alimentó y sostuvo, tan es así que la propia lógica de las revoluciones se vuelve en su contra.
El acto verdaderamente revolucionario es un gesto
brusco, un momento de ruptura que trastoca el orden establecido. Las
revoluciones todas, incluyendo las científicas, están diseñadas para
transformar, socavar las bases del modelo o paradigma anterior y, de
esa manera, echarlo abajo.
Entonces, lo novedoso en nuestros días es entender
esa posible brusquedad como un instante dentro de un proceso, que debe
estar permeado de los ingredientes que conforman las sociedades
modernas, el conocimiento, la información, el pensamiento, el arte, la
tecnología. La revolución es un momento de la evolución, pero no a la
inversa.
En la segunda década del presente siglo no podemos pensar en ningún
proceso social sin tomar en cuenta el carácter transnacional de los
mismos. En nuestro caso sería imposible analizar un tránsito a la
democracia y un proceso de reconstrucción sin involucrar a la diáspora y
al exilio con sus actores políticos. Si bien ellos no están anclados en
la cotidianeidad de la Isla, son elementos vivos de la nación y como
tal gravitan en ella. En eso el cubano de a pie no se equivoca. En el
imaginario del cubano una parte importante de la solución de nuestros
problemas está en Miami (como genéricamente se define a la diáspora). La
visión moderna de las sociedades contemporáneas debe llegar y, en
nuestro caso, componerse en gran medida a través de una constante
retroalimentación entre la Isla y su diáspora. La oposición y el exilio
deben ser, justamente, la bisagra que haga posible tal articulación.
Y este es, a nuestro modo de ver, el otro elemento que terminaría
encuadrando el escenario cubano: cómo se imbrica en lo adelante la
oposición con una sociedad civil transnacional de tal modo que la lógica
binaria de lo interno y lo externo, de las figuras del "cubano de
adentro" y del "cubano de afuera" llegue a su fin, para lo cual no es
suficiente con reconocer, en un plano discursivo (como también lo hace
el régimen) que no hay diferencias entre nosotros, que somos iguales,
etc. Es algo más: somos un solo e indivisible cubano y ese único cubano
debe tener su derecho a ejercer el voto y a influir en el presente y el
futuro político de su país no importa en qué lugar del planeta se
encuentre o resida. Se trata, para la oposición y el propio exilio, no
solo de un problema político, sino conceptual.
Como actores políticos debemos mostrar que somos una opción de
gobernabilidad, exponer el capital humano del que disponemos, la
capacidad que poseemos de generar un entramado político y jurídico capaz
de llenar el posible vacío que dejaría la nomenclatura unipartidista;
demostrar que podríamos garantizar la seguridad no solo para el país
sino para toda la región y por último, aunque no menos importante, la
capacidad para rebasar las campañas de los castristas en eventuales
elecciones libres.
Este sería, quizás, el escenario más deseable en términos de
expansión de la sociedad civil transnacional y del correlativo
constreñimiento del Estado totalitario. Estemos, pues, alertas para no
confundir sucesión con transición; aprendamos a vernos y sentirnos como
cubanos a secas y exijamos nuestros plenos derechos civiles y políticos,
económicos, sociales y culturales como aparecen reflejados en ambos
pactos de la ONU. Admitamos que para la transición es tan necesario el
capital humano disperso por las instituciones del Estado como las
habilidades, el conocimiento y capital financiero de aquellos que han
tenido que crecer lejos ―aunque no fuera― de su patria.
El problema de la nación cubana es hoy el problema de la transición y
la reconstrucción democrática, proceso que será posible solo si se
involucra al mayor número de cubanos, vivan donde vivan. No decimos que
la patria es de todos, lo cual es una declaración
de jure; decimos que todos, juntos, hacemos la nación cubana, lo cual es ya una declaración
de facto.
Posted by: "Comité Pro Libertad de Presos Políticos Cubanos"